Contact me

Massa urna magnis dignissim id euismod porttitor vitae etiam viverra at adipiscing sit morbi aliquet mauris porttitor nisi, senectus pharetra, ac porttitor orci.

Office

1234 N Spring St, Los Angeles, CA 90012, United States.

Phone

+01 – 123 456 7890

Email

mail@example.com

Follow me

Send a message

  Día 15    Chiweta - Chinteche (Lago Malawi)   Hace un bonito y soleado día, de modo que después del desayuno me zambullo en las cálidas aguas del lago Malawi. Es una de las experiencias más extrañas que yo recuerdo, porque yo nací, he vivido siempre en una localidad costera y estoy acostumbrado a bañarme en el mar. Soy plenamente consciente de que me encuentro en un lago, primero por que no soy un garrulo y en segundo lugar porque en la otra orilla se distinguen las montañas de Mozambique, no había reparado en que aquella inmensa extensión azul no era otra cosa que agua dulce, y al sumergirme el sabor y la densidad del lago me resultó desconcertante. Había olas y peces, arena y algas, pero no era el mar y yo no me había dado cuenta. Quizá sea más garrulo de lo que yo pienso. Tumbado al sol, distingo a lo lejos la plácida, en apariencia, vida de los nativos. Lo cierto es que no paran ni un momento, van, vienen, cargan bultos, reparan embarcaciones, arreglan las redes, roban alquitrán, sonríen y dormitan a la sombra siempre con la misma actitud, sin ninguna prisa. Cada vez estoy más convencido de que la prisa, no como echo en sí, sino como concepto, la inventamos los occidentales para hacernos la puñeta a nosotros mismos. Hasta para morirnos nos meten prisa en los hospitales, para liberar la cama a otro moribundo al que igualmente apresurarán para que se cure o la espiche, pues siempre habrá un tercero ansiando nuestro lecho, el del hospital se entiende. La otra cama es arena de otro costal. Y hablando de arena, fue así, tostándome sobre ella, como pasé el resto de la mañana y parte de la tarde, pues la etapa de hoy era muy corta y nos habíamos propuesto atravesar el país recorriendo el lago al compás de sus olas y al ritmo de sus vientos, sin prisas y tratando de absorber la paz, tranquilidad y reposo que estas tierras rezuman. Tras un par de horas de    viaje    bordeando las costas del lago y subiendo y bajando pendientes rocosas que bordeaban el abismo, llegamos al Livingstonian Camp Site, o campamento de    Chinteche, también a la orilla de aquel mar de agua dulce. Aquel lugar era una extraña mezcla entre motel en ruinas y casa de reposo de Norman Bates. Una casa grande, en la que nunca pude ver a nadie y no conseguí averiguar para qué    utilizaban, dominaba un pequeño espacio de arena y árbol bajo en el que, rodeados por algo parecido a unos bungalows, que tuvieron tiempos mejores, instalamos nuestras tiendas de campaña. Chinteche debe ser una zona más poblada que Chiweta, de donde veníamos, pues aquí no pasaron cinco minutos desde nuestra llegada, cuando empezaron, como de entre los granos de arena, a aparecer niños, niños, y más niños que, primero intrigados y curiosos después, se fueron acercando a nosotros como sombras en la noche, hasta rodearnos con sus fuertes olores y sus tímidas pero sonoras risotadas. Tumbados junto a nosotros    con nuestros cuerpos tendidos al sol, parecíamos una colección de tísicos en una cura de recuperación. Los niños nos tocaban, nos preguntaban por nuestro origen, por nuestra edad, por nuestra profesión y sobre todo les intrigaba, qué tipo de lazos afectivos nos unían entre nosotros. Entre carcajadas, mientras jugueteaban con los dedos de mis pies y enredaban entre mi pelo, tuve que explicar, con una serie de maniobras de aproximación, la ubicación de España en una mapamundi que dibujamos con una ramita en la arena húmeda y gruesa que les había visto nacer y que les acompañaría durante sus cortas vidas, para por fin acogerlos    en su muerte. Charlamos y lo pasamos en grande chapoteando en las no tan tranquilas aguas del lago, mientras algunos de ellos adquirían poses de Kung-Fu para que les sacásemos fotografías. A lo lejos sus familiares se preparaban para la pesca y cuando alguno de los pocos adultos que pasaban cerca de nosotros nos miraba, intercambiábamos todo tipo de sonrisas y gestos amigables. Cayó la noche y Ben nos preparó para cenar una extraordinaria lasaña, que    todavía no acabo de comprender muy bien como consiguió gratinarla con tanto acierto, contando tan sólo con la tapa de una cazuela y unas cuantas brasas sobre ella. Este hombre valía para todo, no en vano había trabajado durante años manejando una gran excavadora en una mina de diamantes en Sudáfrica, y supongo que los problemas allí si que debían ser como para tomárselos en serio. Poco antes de acostarme, me crucé en la arena con un peculiar hombre, ya mayor, pero de edad indefinida que, embutido en un mono azul, con una porra y una linterna y con un casco de bombero o algo parecido se presentó como el vigilante nocturno, después de haberme pegado un susto de muerte al materializarse como un ánima entre la oscuridad de la playa. Me desperté varias veces durante la noche, y cada vez que asomé la cabeza entre los dientes de la cremallera de mi tienda, estaba allí, frente a mí, sonriente y tranquilo como aquellos que saben que en esta vida ya sólo les queda morir y ya no tienen miedo a nada. Sabía que cuando me despertase por la mañana aquel extraño personaje nocturno habría desaparecido para siempre de mi vida y no quise que así fuera, de modo que, en un momento en el que no me    observaba, me escabullí por detrás de mi tienda y pude fotografiarle. Estaba amaneciendo y él fumaba sentado en una de aquellas sillas que, bajo la sombrilla de paja, estaban reservadas para los huéspedes, pero que por las noches eran suyas y sólo suyas, convirtiéndose en el trono de un rey que era coronado cada noche y que al amanecer perdía su reino, su corona y hasta su propio yo, pues mientras todos vivíamos, él dormía en su madriguera esperando el momento de volver a reinar.   [caption id="attachment_2522" align="aligncenter" width="850"]Oriol Villar Pool R Hinojosa El silencio de los locos comprar libro Amazon Escritor y Guionista El Ala de mi sombrero MicroDolor Todos los libros de Oriol Villar Pool. Solo disponibles en Amazon[/caption] Leer + Entregas de: Pole Pole AFRICA. Un viaje extraordinario de Oriol Villar-Pool © “Pole Pole AFRICA. El Rey de la noche” es un un texto de Oriol Villar -Pool

Leo egestas molestie nunc eros, dictum vivamus lectus vulputate tincidunt arcu id facilisi augue sed mauris non, vitae consequat id.

Grace Bryant
Oriol Villar-Pool | Relatos, Guiones, Poemas, Fotografías, etc...
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.